Por Víctor Suárez
Viajar hoy día es cosa del demonio. Cuanto trabajo se sale a pasar y en mi lugar uno se siente ultrajado, manipulado, deshumanizado, avergonzado, todo en nombre de la seguridad aérea.
Antes de salir de la casa, ya vamos pensando en que ropa vestir que sea cómoda y fácil de quitar ante los oficiales y máquinas de evidencias. Pase por aduana, te abren la maleta y te sacan hasta los calzoncillos buscando algún vegetal vivo, después de haberla arreglado tan bien en la casa ya está más desarreglada que un nido de paloma, luego en el chequeo de ticket y legalidad de su visa, residencia, o ciudadanía, te entregan el ticket advirtiéndote que debes entrar lo más rápido posible por la salida tres.
El policía de la primera puerta chequea tus documentos, sin una sonrisa, sin nada, y te da paso, claro si eres tú quien está en la foto, luego para pasar a migración debes quitarte los zapatos, la correa, la chaqueta, el celular, las llaves, tu bulto de mano, la cartera, y si suena la máquina todos los ojos miran hacia ti.
Al pasar allí hay mil guardias de seguridad mirando con el rabillo del ojo con recelos, y viendo la cara de delincuente, de traficante y de mula en todo aquel que por allí pasa. Ante tales miradas, uno comienza a vestirse de nuevo, sudado, con los nervios de puntas y acelerado para llegar a tiempo a la salida tres. Llegas a las casillas de migración y los oficiales te preguntan por las cosas que ya están escritas en el formulario, pero hay que responder y de buenas ganas hacia donde va usted? a Boston, que trabaja? Trabajo independiente, ¿cuál es su profesión? Soy abogado, okay. Entonces la zona franca que de franca no tiene nada, las cosas son más caras que en las mejores plazas del mundo.
A la entrada del avión otro grupo de personas están allí chequeando su pasaporte, a ver si usted se parece al que está en la foto, a la vez te preguntan cuanto dinero llevas hacia los Estados Unidos. Entras al avión con el ticket en la mano y la azafata te dice donde debes sentarte, deprisa que estamos a punto de partir. Despega la aeronave, todo mundo en silencio; tres horas y media, dos mil seis cientos sesenta y seis kilómetros a Boston, treinta y siete mil pies de altura sobre el mar, la cena, la película, pague dos dólares por el audífono, si quieres verla y escucharla.
(Favor mantenerse en sus asientos, estamos pasando por una zona de turbulencia) Comienza el descenso al aeropuerto Logan de la ciudad de Boston, el vuelo fue bueno, el aterrizaje magnífico, gracias por volar en América Airland, bienvenidos a los Estados Unidos de Norte América, pueden encender sus celulares. Entramos a migración y volvemos a ser sospechosos, desde que entras al pasillo hacia migración.
¿Ciudadanos por la casilla uno, residentes y pasajeros con visas de turistas, casilla dos, cuanto tiempo se quedará en los estados unidos? Quince días, ponga las huellas dactilares aquí, te sellan el pasaporte, “siga”, entonces en aduana; perros olfateándote en tus pies. Policías encubiertos que te miran con ojeriza, si estás mal vestido, te paran porque pareces ilegal, si estás bien vestido te paran, porque puedes ser narcotraficante, si eres dominicano estás fichado como personas que se meten en todo fácilmente, “puede ser una mula”, si tienes tipo de medio oriente eres sospechoso de terrorista.
Otra vez tu maleta es revisada por oficiales de aduana y otra vez los calzoncillos salen a fulgurar sobre el caunter, llevas frutas, salami, quesos, trae dinero? Y etcétera. Luego te dan paso, y ya estás exhausto, sales a la sala de espera, y allí está tu familiar esperándote que parece que fue obligado a buscarte, “le traje un abrigo, hace frío, póngaselo primo”. Quince días en Boston y la gente de la casa, solamente los ve por las noches, llegan cansados de trabajar, comen y se acuestan; tú solo miras por la ventana, la nieve cubre el pavimento, la brisa sopla fría y fuerte.
Un domingo te sacan a cenar comida China, para que no pienses que tu familia aquí en U.S.A. está mal. Compras algunas cosas, algunos regalitos, te regalan algunos panchos, y te sueldan un par de maletas para los viejos en Santo Domingo. El día de tu partida te llevan huyendo al aeropuerto porque hay que volver rápido para el trabajo. Otra vez se inicia la odisea, quítate, los zapatos, la correa, el abrigo, la cartera, el bulto de mano, cuanto dinero lleva, y comienza uno a atenuarse poco a poco y lo que eran unas vacaciones en los Estados Unidos, terminan en una frustración.
Favor permanecer sentados y con el cinturón abrochado que en cinco minutos estaremos aterrizando en el aeropuerto Internacional de las Américas. Un aplauso al aterrizar, ya estamos en Santo Domingo, el calor de nuevo, se invierten las cosas, todos te miran al recoger las maletas, casi preguntándote que si le trajiste algo, todos te lo dicen con la mirada desde el oficial de migración hasta el maletero, luego una pasarela, de ambos lados gente mirando, esperando familiares y murmurando tu llegada y tu paso a través de la pasarela. Pero ese es mi Santo Domingo, aquí me siento bien, sin presión ni depresión, puedo ir donde quiera y cuando quiera, puedo hacer cuanto quiera, soy un Dominicano, sin tacha y sin mancha, aquí soy silvestre, aquí soy libre.