por Víctor Suárez
Soy de un país, donde los corazones de todos forman un solo corazón,
inmenso y brillante como mil soles,
donde las noches de oro y plata son embalsamadas de lunas doradas.
El cielo en su fondo negro, es jardín de estrellas multicolores
que embellecen y magnifican las noches sin sombra.
Soy de país donde la adversidad, el orgullo
y la arrogancia han sido extirpados del corazón de su gente,
por la fuerza infinita del amor supremo.
Soy de un país, donde los ángeles,
caminan por las avenidas de ónice y diamantes
de las ciudades impolutas, con un cetro de razón en sus manos iluminadas.
El viento apacible de los atardeceres de mi país,
es música divina que sostiene el pensamiento en elevadas vibraciones
de sentimientos puros,
allí se ancla la melodía eterna de las esferas,
acompasadas por el suave trinar del canto
celestial de las aves silvestres que incansables cantan
en las praderas floridas de la primavera eterna de mi tierra,
de mi tierra que huele a incienso
y perfumes de los excelsos jardines del templo
de los arcángeles,
donde la tempestad no sopla.
La felicidad emana desde las alturas
coronando de matices las colinas que son jardines infinitos de lirios,
floreciendo siempre, abriendo nuevas auroras.
Isla tibia, preciada joya del Atlántico y del Caribe
que la adornan con excelsas playas únicas, inigualables,
amatista que esparce los sagrados colores del arco iris.
Abriendo nuevas auroras en los dulces amaneceres,
cuál faro imperecedero guía el paso de sus hijos hacia la luz eterna.
La mujer es pura y dulce como la miel silvestre,
apetecida, cuál pulpa jugosa de sagrada fruta,
efigie perfecta de la divina belleza,
lleva en su alma radiante el néctar del amor.
Hermoso es ver la majestuosidad de las cordilleras azules,
brillantes! A lo lejos parecen dioses bendiciendo
constantemente los inmensos valles fértiles
a sus pies dormidos pletóricos de grandiosos frutales,
bañados incesantemente por sus ríos que emanan
oro y cristal, que brotan de las grutas ígneas de las montañas,
cubiertas de mangares abrazando sutilmente la tierra en éxtasis, Preñada de trigales en flor,
en flor como las adolescentes puras y hermosas que pululan en las campiñas,
madurando las frutas con el toque de sus manos santas,
confundiéndose con la belleza sutil de los rosales
que crecen silvestres en las riberas brillantes
cuál espejo de plata de los ríos de remansos cristalinos.
En el centro se extiende una hilera de montañas encadenadas,
cuya cima centelleante se yergue a majestuosa altura,
es punto más alto de las Antillas,
enorme y hermoso, dominando esta cordillera como un gigante,
se eleva en los aires inmenso y puntiagudo;
! Azul estrella!
Desde la cima a su falda
los detalles limitan la mente,
mi imaginación pierde su transparencia,
más dulce es vivirlo que tener la osadía de describirlo.
Desde aquellos montes castos se deslizan
como serpientes de cascada en cascada hasta abrazar las llanuras
del sur ardiente y encantador y el Cibao tibio y majestuoso,
el Yaque del sur y del Norte hijos sagrados de las montañas eternas,
bendiciendo a su paso cada pedazo de tierra como si recibieran el amor
sin ejemplo de los dioses y lo desparramaran sin límites
a través de sus aguas.
El Cibao tierra abierta a todos los vientos,
domina como príncipe todo el cielo del Norte
grandiosamente hermoso, Perpetúa su belleza bajo la custodia
sagrada de la madre mercedes.
El valle de la vega Real ancha llanura rodeada de montañas
violáceas envueltas en un azul luminoso,
cuando el sol comienza a ocultar sus rayos entre coronas
de pinos gigantes, suelo tapizado de arrozales y flores
Perfumando con esencias los amaneceres.
El Cibao es un contraste espectacular de la naturaleza,
dicha suprema es tener la oportunidad de contemplar
la hermosura de estas tierras donde es fácil
perderse en tal altura del pensamiento
que olvida uno la existencia del cuerpo,
hasta que este con rudo llamado de atención
hace recordar su presencia y el alma vuelve a sentirse cautiva,
tocada aún del rocío celeste que deja dentro muy dentro la ardiente sed
de la desconocida felicidad de los sentidos,
estar allí es como vivir un momento en el océano de la luz,
es como reencontrarse con el recuerdo divino
y rejuvenece el cuerpo como si bebiera la sabia de la vida;
Es encontrarse en el horizonte púrpura con el color rosa de la aurora nueva,
donde el bien se cumple en el fondo mismo de las almas
que reverentes bailan las danzas de ascensión suprema
que tiene encanto vivo y único.
Esos pueblos de oro del Cibao infinito son auroras en flor del amanecer divino.
El sur viejo, sabio y profundo,
lleno de una paz que toca el fondo del alma,
tierra donde flamea una esencia misteriosa que obliga a mirar hacia el cielo,
se olvida uno del presente y del pasado y en segundos mágicos se transporta al futuro de las almas benditas. el este:
es el cristal, inocencia y armonía maravillosa de humilde sencillez, patriarcal, dulce y agudo, senda de lirios de los amaneceres.
El Oeste: tierra del relámpago morada del sol,
estancia de los bienaventurados,
innata realeza de las hondonadas cubierta de césped
y cristalinos manantiales paradisíacos,
donde se enciende el silencio, como el encanto bajo la espesura de los árboles,
a orillas de los ríos de verdes riberas y de profundos cauces,
así prefiero verte amada Quisqueya, inmaculada.
Para que recordar los días en que los lobos dormían bajo las sombras
de las palmeras, a orillas de los ríos y en las esquinas de mis calles santas
de mis barrios grises, embriagados de ignorancia y alcohol,
desprovisto de amor, esperando las noches,
para saciar su sed de bestia.
Para qué recordar los días de los farsantes, los engreídos,
los desalmados, los crueles, los traficantes
y los verdugos retrasados, constructores de fríos calabozos,
donde tratan de inculcar el odio a las almas puras
que encienden las lumbres de libertad,
las que hoy brillan por todas partes cuál fulgurantes soles,
para qué recordar la sangre esparcida por tus calles,
tus escuelas abandonadas, tus parias, tus hijos desaparecidos,
cruzando fronteras para buscar la vida.
Para que recordar el dolor y las muertes de tus hijos buenos
en intento por recobrar la existencia verdadera,
Para qué recordar el infierno que construyeron los malvados,
para qué recordar la guerra, para que la tiranía y sus lacayos,
para que recordar los doce años sus muertos
y sus millonarios, prefiero verte a si como te veo, amada Quisqueya
envuelta en velo de amor, de paz y de justicia creada por mi mente.
Víctor Suárez