Por Víctor Suárez
miércoles, 30 de junio de 2010
Recuerdo que hace mucho tiempo mi abuelo era un soldado de bajo rango y recuerdo además, como la abuela lavaba cada vez aquel uniforme, bien almidonado y bien planchado, para que el abuelo lo luciera orgulloso en su día a día.
El abuelo solamente se quitaba su uniforme militar para lavarlo, por aquello de que sin el uniforme no hay respeto, el ciudadano lleva en su memoria el respeto al uniforme, por aquello de ¿qué es un general desnudo? Decía la abuela de Facundo Cabral.
Hoy usted ve a policías y guardias que da pena el sucio y el andrajo de sus uniformes, más que militar, salvaguardas de la ciudad, parecen atracadores, quitándoles a los ciudadanos un par de pesos o realmente robando, parecen limosneros, siempre pidiendo, siempre con hambre, siempre dame lo mío.
Era un orgullo tener como amigo a un militar y si este era de alto rango, la vanidad era mayor. Eso significaba que se era hombre de bien, tenía un peso enorme, ser un soldado, un respeto único, pero, hay que decir que aquellas personas que llevaban ese uniforme, no imparta el rango, eran una montaña de moralidad, de patria y de ciudadano probo.
Ocurre que hoy día ser un castrense es un apocamiento, ver un uniforme policial en las calles, es un pavor, ser amigo de un coronel, de un general, porque no se sabe si estás al frente o al lado de un corrupto, de un narco, o un delincuente callejero, no se sabe si debajo de ese uniforme hay un lobo, una hiena o un hombre bueno.
Ya uno no quiere ni siquiera detenerse antes un llamado de pare, de un policía, porque no se sabe, ante quién se está, ni para que te están deteniendo. Yo no soy militar y me siento avergonzado de esos uniformes. Es cierto que en esas instituciones hay mucha gente buena, gente sana, gente generosa, muchos cristianos, personas decentes, trabajadores abnegados, dándolo todo por la institución a la que pertenecen, espero que ese grupo de humanos no se sientan aludidos con mis expresiones en este artículo.
Pero eso de, engánchame ese hombre, engánchame ese muchacho ahí, dale tal o cual rango, esa confabulación con los políticos, esa práctica tiene que terminar, ese cliché de hermanos de arma no debe de existir, sino que se está en guerra, donde el soldado debe darlo todo, hasta su vida misma para salvar su hermano de arma herido.
No se es hermano de arma, cuando el compañero traiciona, la institución con actos deshonrosos, como el atraco, el robo, la traición a la patria y al uniforme. Los cuerpos castrenses tienen que ser límpidos, incólumes, impolutos.
La depuración de esos medios castrenses no es por los de abajo que hay que comenzar, es por los de arriba, por los que influyen directamente entre los que entran nuevos a esas instituciones, esos viejos coroneles y generales ya corrompidos, hay que sacarlos de las filas.
Hay demasiada gente buena, responsables en este país, incapaces de hacer las atrocidades que se cometen en esas hiladas militares y policiales. Para que tener unas instituciones como esas, que todos sabemos que están llenas de analfabetos, sicópatas, antisociales, asesinos y sedientos de riquezas.
Que se investiguen a los generales a todos sin acepción, porque las instituciones castrenses, actúan por órdenes, ningún soldado hace nada sin la orden de un superior.
Las instituciones castrenses están en su nivel más bajo de popularidad y confianza, parece que su obsolescencia ha llegado al punto máximo, por tal razón es el momento para la tan cacareada profilaxis y si es posible reconstruirla de nuevo, con hombres de verdad, con seres humanos de verdad, con conciencia de verdad.