Por Orión Mejía
La economía dominicana se asemeja hoy a una embarcación de buen calaje que navega por el epicentro de una nueva tormenta que se avizora en cercanía náutica, razón por la cual el capitán y la tripulación deberían asumir todas las precauciones para evitar que la nave, se hunda, encalle o extravíe su bitácora.
La crisis global, derivada de conflictos geopolíticos y disrupción del comercio internacional, se comporta como un ciclón que cobra intensidad de manera sostenida, que aumenta de categoría aunque a veces aparenta reducir el ímpetu de sus vientos.
Después de dos años de pandemia durante los cuales las emisiones monetarias se expandieron sin control a través de subsidios y adquisición de vacunas, se produjo un periodo de recuperación económica matizada por elevada inflación, causada porque la demanda superó el ritmo de normalización de la oferta.
La guerra entre Rusia y Ucrania paralizó la recuperación de la economía mundial y agravó la espiral inflacionaria, lo que ha colocado a Estados Unidos y zona euro al borde de la recesión, y peor aún, de la estanflación (estancamiento económico con inflación alta).
Los indicios más recientes del riesgo de mal tiempo se reflejan en la revisión a la baja que ha hecho la Comisión Económica para América Latina y el caribe (CEPAL) de su pronóstico de crecimiento económico de América Latina, de un anémico 1,3% del PIB a un esquelético 1,2%. Este ha sido el segundo recorte consecutivo.
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Mucho se habla de las expectativas de crecimiento de la economía dominicana para 2023 (en torno al 4.5%), pero debe advertirse que la previsión para la zona del Caribe, sin incluir Guyana, es de un 3.5%, en comparación con un 5,8% registrado en 2022, señal de que se acercan los vientos de huracán.