Por: Agustín Perozo Barinas
Esta pandemia nos recuerda la sentencia acusadora: «te lo dije».
Fue advertida, hasta por jefes de Estado y autoridades sanitarias en todo el mundo. Se sabía que pasaría pero no cuándo. «Y pasó, aunque no ha pasado», como diría un agudo comediante de la década de los 50.
¿Es un castigo?
Nos han amaestrado para dar mucho mayor importancia a «el tener» sobre «el ser», o sea, el precio sobre el valor de las cosas. Con poderosas herramientas como el dinero (activos, patrimonios, liquidez, etc.), somos forjadores de riquezas dentro de economías lineales de consumo, acumulación y deuda desmedidos.
La inclusión y la solidaridad eran temas de protagonismo conveniente para demagogos profesionales con sus golpes de efecto entre poblaciones con mente de rebaño, moldeadas así para que, precisamente, se comportaran como borregos y ser narigoneados fácilmente.
Dentro de esa escena, con otros agravantes, la explotación desmedida de todos los recursos naturales nos empujaba a un planeta con sus hábitats y ecosistemas asolados.
Una población sobre los siete mil millones de humanos no fuera objetable si ésta fuera de calidad, bien educada y bien formada, porque ella misma se autorregularía en sus tasas brutas de natalidad y, muy importante, cuidaría del medioambiente y sustentaría sistemas políticos íntegros como muro de contención a la voracidad empresarial y corporativa que ya son poderes fácticos.
Si es un castigo podría ser una consecuencia de reacciones del mundo natural a nuestras acciones. Ahora padecemos el síndrome del milenio atómico que puede expresarse como una neurosis colectiva resultante de la angustia ante la amenaza de destrucciones en masa.
¿Es una lección?
Uno cuestiona porqué tanta inversión masiva en armamentos y tecnologías militares entre las potencias, mientras, conociendo la real amenaza de una posible pandemia letal, no se hubiese desarrollado una red sanitaria global capaz de contener y cercar cualquier brote vírico o epidemia en ciernes antes de que se extendiera por todo el planeta.
Sencillamente pesaban más los intereses corporativos sumados a los miopes gobiernos cortoplacistas… y eventualmente un virus hizo lo que es bueno haciendo: reproducirse. Éste se destacó por su agresividad en la tasa de contagio y hemos tenido “suerte” en que su letalidad es relativamente baja, si no muta en algo peor.
En una batalla entre un portaaviones con un desplazamiento a plena carga de ciento tres mil toneladas (incluido todo su armamento de tecnología de punta) y un microscópico virus de aproximadamente 50-200 nanómetros de diámetro pero con una tasa de contagio de un 70% y una tasa de letalidad de un 20%, el virus gana.
Tal vez esta lección empuje a los capitales a diseñar e implementar esa red sanitaria, así como proyectos de desalinización y potabilización del agua marina o avanzar el programa que desvíe cualquier cometa o meteorito potencialmente devastador para la humanidad.
La industria del entretenimiento con todos sus ramales en las economías modernas ya no será la misma. Tampoco el esquema de creación de dinero exnihilo (instrumento/deuda depredador) por los bancos privados y los bancos centrales. Los países en vías de desarrollo han quedado atrapados entre déficits fiscales y «deudas eternas» de enorme proporciones.
¿Una advertencia?
Individuos sanos, sociedad sana. Las tres saludes, tres elementos en equilibrio como una mesa de tres patas: la salud física, la mental y la financiera. Si una falla, las dos restantes no aseguran el bienestar integral de la persona. Desde otra perspectiva: personas enfermas, sociedad enferma.
La advertencia es demasiado clara. Los efectos de esta pandemia son de carácter general. A todos nos ha tocado de una forma u otra sus consecuencias. Cada quien tiene una historia que contar.
Si no nos repensamos como la aldea global que ya somos gracias a la ciencia aplicada, la tecnología, seguiremos imaginando teorías conspirativas, embotando nuestras mentes con pseudociencias, y postergando responsabilidades individuales. Cada individuo anulado en sus capacidades fortalece lo imperante y esta pandemia es un impepinable ejemplo de lo que nos puede llegar en un futuro no muy lejano.
¿Los responsables?
Aunque no todos con los mismos privilegios todos estamos en el mismo barco. Como individuos, o en cualquier forma de organización social, política o económica, pagamos un alto precio en nuestra calidad de vida con la pandemia. Aún los capitales beneficiados como las farmacéuticas, telecomunicaciones, alimentos básicos, etc., tienen sus barbas en remojo.
Si este virus sale más de control o si nos atrapa otro de mayor virulencia mortífera, no habrá cristiano que nos cuestione si esta prueba fue un castigo, una lección o una advertencia.
Autor del libro sociopolítico La Tríada II.agustinperozob@yahoo.com