Por Víctor Suárez 17 de Marzo 2005
La mañana llegó llorando, vestida de negro y de gris, fría como un iceberg.
La noticia se desparramaba cuál el viento caliente y ruidoso del mar caribe,
desde las facultades de la universidad al país,
penetrando los bastidores de los barios de mi pueblo
y las arandelas oscuras del palacio nacional.
La impotencia se mezclaba con la rabia
y se volvían lágrimas en los rincones de los locales de la izquierda,
en los sindicatos y en el papel donde nacía esta poesía.
Pudimos haber salido a las calles
y asesinar a diez de ellos por cada lágrima caída por Orlando,
a matar a veinte por cada general involucrado
en la desaparición de Orlando,
a linchar a miles por el silencio y la página en blanco de Balaguer,
pero eso no vengaría tu muerte.
Más, ante la exigencia del pueblo,
los canes del palacio se lavaban las manos.
Aquella mañana tu fotografía en en periódico era diferente,
trajo tus ojos cerrados, sin tus lentes,
una sonrisa de niño dibujaba tu cara.
Ya la revista no traería más tu retrato nuevo,
ni tus palabras de hierro, bronce y acero,
a las que tanto miedo le tenían Balaguer,
sus Ministros y la CIA, por lo cual te cegaron la vida.
Pero no se silenciaron las plumas,
las de los periodistas claros ni la tuya,
ni el grito de los humildes, ni se apagó la canción.
Te fuiste, o mejor dicho te hicieron ir,
pero tu espíritu siguió escribiendo,
esparcido en todos los que te admirábamos
y tu lápiz se creció, y con tus palabras brillantes,
sacamos del palacio a tus depredadores
y también pusimos en las cárceles a tus asesinos.
“En donde está el criminal que se ha manchado las manos,
cobarde que responde por la muerte de un hermano,
Quien preparó la celada,
el pueblo está preguntando,
pero nadie le responde por la muerte de Orlando,
quien desarmó sus alas,
quien se ha manchado las manos con esa paloma blanca,
con esa paloma blanca mensajera de la paz,
que anidaba en su conciencia cien polleras de libertad,
la libertad de sus alas, de su pluma, de su vuelo,
la libertad de su nido porque su nido era el pueblo”.
Corrían como río las lágrimas por nuestras mejillas jóvenes,
cuando tarareábamos esta canción a Orlando Martínez
en las escaleras del Ateneo Dominicano.
El amor por la patria nos crecía aumentado,
cada día después de ese día,
el encono se aceleraba en el pecho de la juventud consciente,
contra el reformismo Balaguerista y acecino.
Pero querido amigo, hermano y compañero
si hoy estuvieras aquí,
te daría tristeza tener que escribir sobre lo mismo,
de hace treinta años,
el país tiene los mismos males que tú denunciabas
y lo peor es que los que hoy gobiernan la nación,
eran los mismos compañeros que condenaban las carencias
y el mal manejo de la cosa pública.
Aun hoy mi país tiene el mismo aparato militar,
lleno de asesinos de aquellos días,
aun el país carece de la debida ansiada
y anhelada energía eléctrica,
aun la gente de mis barrios se bañan a jarritos,
porque no hay agua,
las calles siguen siendo cráteres
y la alimentación es paupérrima,
los hospitales son tristeza colectiva y deprimente,
en las escuelas se siente la miseria en la mirada del maestro
y en las sonrisas de los niños.
Los ingenios, a los que tu tanto le escribiste,
son almacenes de ancianos reventados por los años
y el trabajo mal pagado
y luego abandonados a morir en las más desgarrante miseria,
los izquierdosos se han derechizado
y hoy se volvieron contra sus principios
y contra el pueblo.
Te recuerdo hoy Orlando,
como el periodista, como el hombre sensible
y de principios definidos,
como el hombre valiente,
en el cual nos mirábamos los adolescentes de la época,
te recuerdo como el muchacho humilde,
de corazón dulce, y de mirada,
profunda, te recuerdo,
porque tu nombre seguirá en mi memoria
hasta el día de mi muerte,
la que no será tan llena de gloria como tu muerte
y tal vez no tan vil y sin sentido,
pero siempre gritaré, Orlando presente.
Víctor Suárez
17 d marzo 2005