Guillermo Cifuentes
“pero los hombres de mala voluntad
no serán provisoriamente condenados
para ellos no habrá paz en la tierrita
ni de ellos será el reino de los cielos
ya que como es público y notorio
no son pobres de espíritu”
Mario Benedetti
Estamos frente a hechos de gran trascendencia que volverán –como siempre- a poner más lejos la utopía democrática y por lo tanto no merecen ser tratados con el frívolo recurso de la encuesta realizada por una prestigiada empresa internacional por encargo de empresarios cuyo nombre se mantiene en reserva. Tanto aquí como en el sur dirían que “hay gato encerrado”. Si quedan todavía intelectuales, cientistas políticos que no estén de asesores o comunicadores lejos del tono afinado de las bocinas y del doble juego, habrá que esperar alguna visión crítica y ética de lo que sin duda será el nuevo “Pacto patriótico” inspirado todavía por el “Acuerdo de Santiago”.
Los más jóvenes, un porcentaje importante del padrón electoral, tienen derecho a saber cómo se fue haciendo la política dominicana, cómo se instaló para siempre la cultura política que explica, justifica y hasta inspira el inocultable espíritu del sistema: una codicia insuperable por el presupuesto nacional y la empleomanía estatal.
Si alguien tiene una explicación distinta, debe ponerla en el debate público. A lo mejor la encuesta apócrifa a la que hacíamos referencia lo que en verdad nos dice es lo cerca de la felicidad que están dominicanos y dominicanas y de lo que son capaces los nuevos animadores de la política: hay que querer mucho a la patria para gastarse casi un millón de dólares en una pre campaña y esperar que nadie se pregunte cómo pensará recuperarlos. Pero eso no lo miden las encuestas, como tampoco que por más legal que sean esos gastos (o inversiones), están absolutamente reñidos con la equidad electoral si se comparan con los de los adversarios. Claro, en busca de lograr esa legalidad fue que arribaron a acuerdos para aprobar las leyes electorales que permiten un gasto absolutamente repulsivo y negativo en la construcción de una cultura política democrática.
Pero no sólo se trata de dinero, ahora sin ninguna sorpresa, se juntan todos. Todos los que han administrado el Estado dominicano en los últimos cincuenta años dejando al descubierto sus intenciones verdaderas, que no se diferencian de cuando han estado en la oposición o en situación de tomar decisiones.
Luego de leer y escuchar justificaciones a lo injustificable, creo que el momento actual es un verdadero libro abierto que permite entender el por qué de la impunidad, el por qué no hay justicia independiente, el por qué no hay elecciones competitivas. Y lo más triste: el por qué el resultado de las elecciones del año 2020 será absolutamente inocuo, teniendo como marco de análisis la utopía democrática.
Desde el punto de vista de la experiencia política mundial, lo que observamos en el país es francamente increíble. Levantar como objetivo último la “unidad” de todos sin importar la historia de los que se unen es demasiado en cualquier parte del mundo. Solo el apetito voraz e insaciable que dejó como modelo el trujillato, podría explicar esa conducta repetitiva de actores políticos que terminan promoviendo y manteniendo los residuos de la dictadura.
No voy a poner nombres porque me da vergüenza, pero levantar como un suceso ejemplar el “Acuerdo de Santiago” en que se candidateaba a vicepresidente de la República Dominicana al militar que dirigió el golpe de Estado a Juan Bosch en 1963 y que luego se plegó a las fuerzas invasoras en 1965, es definitivamente un asunto raro para la teoría democrática.
Pero si acaso esos hechos lucen demasiado lejanos -aunque la impunidad de que gozan los haga permanentes- vayan al “Pacto patriótico” de 1996 cuya fotografía en el Palacio de los Deportes no sirve ni para afiche de campaña ni para promoción de valores democráticos. Cuando se inició esa campaña, la más racista y xenófoba de la historia electoral dominicana, se supo a lo que conducen esos acuerdos “entre todos”. Lamentablemente ahora se trata solo de corregir ausencias para favorecerse esas viejas prácticas.
Por supuesto hay algunas interrogantes demasiado básicas y que invitan a una rápida reflexión, como por ejemplo ¿para qué ganar la elección? Para construir el muro o para oponerse a él desde el Congreso. La lucha contra la corrupción supongo que no será parte de ninguna propuesta programática de los aliados, puesto que a los amigos no se les pone en la cárcel. Justicia independiente cuando se está apoyando candidatos que fueron parte de la creación del modelo institucional de justicia que actualmente existe. Todo esto es incomprensible, salvo que estemos de acuerdo en que la alianza de todos los responsables, juega a transformarlos a todos en inocentes… cuando no lo son.
Aunque es un abuso desde una presunta visión intelectual del discurso weberiano, cada cuatro años siento también el deber de escribir algo acerca la “ética de la responsabilidad”. Citamos de La Política y el científico: “No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata en absoluto de esto.” Y siguiendo con Weber: “No se puede prescribir a nadie si hay que actuar según la ética de la convicción o según la ética de la responsabilidad, o cuándo según una y cuándo según la otra.” Pero a estas alturas el tema está muy lejos de la ética y de los buenos que actúan mal. Si nos acercamos al método histórico se podrá ver lo obvio: resultados que no pueden exhibir avances democráticos en ninguno de los eventos comentados.
Decía Lucien Fevre que la historia responde a las preguntas que nos hacemos necesariamente. Y yo me pregunto si las respuestas que tenemos son mínimamente satisfactorias. La genialidad del Acuerdo de Santiago, lo dijimos antes, cumplió con el requisito indispensable de toda mala idea en política: perder hasta sin concursar. El Pacto Patriótico habrá que analizarlo más adelante pues todavía goza de buena salud y todavía logra inspirar a sus firmantes y a sus víctimas.
Es evidente la falta de posibilidades de cambios estructurales, del espíritu del sistema, de lo que motiva la acción política.
A quienes buscan llegar teniendo en su horizonte el camino alternativo a estos más de cincuenta años de irresponsabilidad habrá que recordarles que deben hacer la fusión correcta de la ética de la responsabilidad con la ética de la convicción. Weber quizás les diría que sin la ética de la responsabilidad podrían terminar aliados con aquellos que quieren lo contrario de lo que un alternativo desea y que sin la ética de la convicción podría ocurrirles casi lo mismo. No está demás anotar también aquí que la ética de la convicción y de la responsabilidad deben ser suficientes para saber que los plazos traspasan el 2020 y que el cementerio político quedará con muchas localidades ocupadas por aquellos que apostaron por la mantención de la franquicia y que abandonaron la política asumiendo que la tarea era “sálvese quien pueda”.
Los alternativos tienen una responsabilidad histórica, especialmente ahora que los aliados han dejado en evidencia lo que son y con quienes van aliados. Por último, siento el deber de recordar que la República Dominicana no se merece que se haga realidad aquello de que los países que no tienen alternativos, son países sin alternativa.