El largo viaje de la pobreza a la fama ha concluido para Vladimir Guerrero. El hombre del swing imposible y la figura imponente colgará su placa en Cooperstown, como lo que es, un inmortal por derecho propio, con una luz que ilumina todos los terrenos de béisbol de aquí a la República Dominicana.
Apenas en su segunda presencia en la boleta, Guerrero alcanzó el 92.9 por ciento de los votos para asegurar un premio que ya merecía desde el año pasado y convertirse en el tercer quisqueyano -junto a Juan Marichal y Pedro Martínez- que traspasa las puertas del recinto sagrado del béisbol.
A Guerrero lo acompañan en esta profunda camada otros grandes como Chipper Jones, Jim Thome y Trevor Hoffman, pero ninguno con una historia tan llena de obstáculos y maravillas como la del slugger de Nizao
Habría que echar el tiempo atrás para encontrarse a un Vladimir Guerrero infante en medio de una difícil situación, sin agua corriente ni electricidad, dependiendo de sus habilidades para escapar de la pobreza.
Un guerrero que dejó la escuela en quinto grado para ayudar a su familia en los campos y que a los 16 años fue dejado en libertad por los Dodgers que no supieron ver en ese muchacho de swing alocado el talento que luego descubrirían los Expos.
No había un pelotero más tímido con la prensa que Guerrero. Siempre solía situarse en lo último de los clubhouses y la presencia de los periodistas no era vista con mucho placer por el gigante dominicano, debido a su forma de ser introvertida y sin artificios.
Pero pocos hablaban más alto que él en la caja de bateo. Un turno de Guerrero era una fiesta, una celebración que nadie quería perderse. No había pelota alta o baja, adentro o afuera, que su madero perdonara. Cuando le daba, desde cualquier ángulo, la bola sufría en sus costuras.
Elevaba el bate, lo apretaba al límite de la empuñadura, subía los codos y miraba al lanzador de turno con una ferocidad contenida y concentrada. Béisbol en estado puro, pelota nacida en las tierras oscuras y fértiles de Dominicana. Poder natural.
En sus mejores 10 temporadas, eso que suelen llamar el “Rendimiento Pico”, Guerrero era una fuerza imparable, con un promedio de .327, 35 cuadrangulares y 114 impulsadas. Sin flaquear, ofreciendo su producción sin importar geografía o circunstancia. Para no hablar ya de la potencia de su brazo, luz roja siempre prendida en los jardines.
Y hoy no puede contener las lágrimas. El hombre que atemorizara a tantos lanzadores siente esa indefensión sana que brota de la alegría genuina, del premio justo deseado para sí y reconocido por todos. El símbolo vivo de la consistencia es ya un inmortal.
Fuente: El Nuevo Herld