Por Víctor Suárez
¿Quién eres? Que el tiempo
se liquida entre mis sienes por describirte.
Piel de África, sonrisa de sol, verbo de Cervantes.
¿Quién eres? Que cada día veo en tu mano
la espada libertadora de Juana De Arco,
rompiendo esquemas.
¿Quién eres? Que cuando miro tus ojos de luna,
mil hogueras se vierten sobre mi tez de sol
y me atrapan las mañanas de Delfos en tu mirar.
Mujer que llena de luz la noche
y de estrellas el horizonte,
que luces hermosa al galope del presente,
con tu visión de futuro.
¿Quién eres? Que cada noche te sueño,
que cada día me llevas cautivo.
Quien eres dulcinea de mis auroras
que de escucharte se expande mi imaginación
más allá de lo entendible
y a través de las hondas rompiendo montañas
cuál Hércules enamorado busco llegar a tu regazo.
Tu pelo, Halo de luz en la oscuridad,
que emerge de la belleza interminable.
Ángelus de oriente, germinando al viso de un crepúsculo.
Coronando la noche con el brillo de la vida,
atado a tus cabellos.
Tu frente, Espacio infinito donde se anida la luz,
se desborda el éter a tu faz,
y se extingue indefectible la grandeza de lo falso,
se estira la luminiscencia congregándose al horizonte
y es tu frente un universo.
Tus ojos son la luz y la noche, el fulgor y el color.
La verdad se delata ante la profundidad de la mirada
y se reflejan en parpadear de lagos,
la luz y la sombra.
La ternura masiva y el amor incólume se esparcen
más allá de sus oquedades,
mientras la fortaleza es el derroche impetuoso,
expandiéndose al brillo de unos ojos
que miran y saben mirar.
Los he visto mirando sin mirarme y me acongoja
la desventura de no sentir su luz penetrando mis pupilas.
Tu nariz, Perfección de escultor, napias que aspiran
el prana sagrado de los amaneceres luminosos,
hálito perfumado, inspiración.
El aliento vivo y divino llega a tu alma y al exhalar,
hace expandir el reino de los ángeles más allá de sus dominios.
Tu boca Penden panales de miel de tu boca fresca llenan
de dulzura el entorno donde me encuentro alucinando
de tanto mirarte, perdido ante tu sonrisa.
Cauce del vocablo pulcro es tu boca,
al hablar, un amasijo embriagador me envuelve
a tus ideas, calcos extraídos de mis neuronas.
Placidez perpetua conquistaría con escuchar
de tus labios de Diosa mi nombre
que de tu boca no es digno.
Se abre un universo en tonadillas en mi camino solitario
cuando sonríes.
Ríe te lo pido, que la risa en tu boca es un estallido
de bendiciones, un exorcismo a los cuatro puntos cardinales.
Tu cuello Serpentea tu escote sobre tus hombros,
cuál mamba negra sobre el pasto verde de África virgen.
Se derrama la altivez y la exótica brillantez se esparce
sobre tu cuerpo indiviso y se embellece en cada movimiento
acompasado de tu cerviz.
Tu senos Colinas encrespadas y puntiagudas,
accidentando el valle de tu pecho,
matizado de un color etéreo que lleva a la libídine,
tus senos, elixir de vida son.
Tu vientre Morada angelical,
donde la eternidad puso sus destellos celestes
para ensanchar su razón evolutiva y soles emergieron.
No solamente belleza hay en tu esencia,
que además germina y se decora con tu pubis,
que se yergue a Venus, allí hay verdad y pureza.
Al mirarte añoro a abril contigo en mi escondrijo
en una guerra eterna de mimos y de extremidades entrelazadas.
Tus manos, Palomillas que vuelan hacia los colores mágicos del arcoíris.
Juguetean con el pensamiento,
batiendo como el colibrí sus alas,
dedos de reina, manos de Isis, donde el amor se enreda
y se esconde entre las aberturas.
Manos que nacieron para ser musa del libre verso
y de la música.
Tus pies, puedes parar en medio de la nada y tocar el cielo,
simiente de alta torre son, final de un faro que alumbra lejos.
Aflora en cada paso tuyo la hermosura de tu estirpe morena
y mis ojos se maravillan ante tal languidez.
Un camino de algodón puedo erigir con mis manos de sembrador,
para que tus pies inmaculados peregrinen sin marchitar su esencia.